Me gustaba dormitar con el sonido de la lluvia martilleando
el cristal de la Velux.
Desde que habíamos llegado a vivir a la nueva casa, éste era
uno de mis pasatiempos favoritos en el bajocubierta. Eso, y el sentimiento de
estar aparte de la familia en largas tardes de estudio, de poder mantener la
luz encendida en la mesa sin que mis padres supieran a qué hora la apagaba. Y
es que llevaba ya más de dos semanas que no era capaz de acostarme a una hora
prudente: La primera semana, se me alargaba la noche sin ver la hora de poner
fin, pegada a los apuntes de una asignatura más dura de lo que había pensado. Pasado
el examen, se me agolpaban en la cabeza cientos de preguntas que me desvelaban
corroída de una fatal angustia.
Aquel día del examen, al llegar a casa, mi madre me esperaba
en el salón.
-¿Qué tal todo, hija?
Hubiera preferido que me preguntara por el tiempo, pero
éste, no había cambiado en los quince días: Orbayo, orbayo y más orbayo.
-Bueno... a ver qué le parece al profesor. Pero la teoría,
bien...
-A ver si hay suerte. Son sólo unos días de espera,
entonces. ¿Cenarás algo?
Pero los días se habían sucedido sin noticias, seguía
lloviendo, y ahora ni despierta, ni dormida sabía encontrar sosiego. Con las
ojeras de costumbre, revolví el armario y me vestí sin ganas para coger el
primer directo que me dejara en el Campus.
Me encontré a mi padre a la puerta de casa, abriendo el
paraguas.
-¿Vas al bus? -me preguntó, aunque se veía claro. Lo
preguntaba mientras me ofrecía cobijo de la pertinaz llovizna, a su lado.
-Sí, voy a acercarme a la Facultad. Quizá salieron ya las
notas.
-Pues, venga, camina. Se hace tarde.
Mi padre y yo no solíamos coincidir en los horarios del
directo, y menos aún en estas últimas fechas. Siempre era raro ir sentada a su
lado, tan cerca, yo vestida con cualquier cosa y él siempre de traje. Pero nos
gustaba hablar ese rato que duraba el trayecto, porque era el único lugar donde
no dábamos trascendencia a nuestras conversaciones. Todo era vanal, rodeados de
vecinos adormilados en los asientos contiguos.
-¿Sabes ya qué vas a hacer cuando te den la nota? -me
preguntó, distante.
-No, aún no lo tengo claro -contesté sin dar tampoco
importancia. -¿Crees que dejará de llover para el partido de padel del finde?
-Daban sol para el sábado por la tarde -contestó.
Los dos tratábamos de esquivar la importancia de un posible
suspenso, de la tristeza de ver sin éxito el trabajo de todo un año. Pensaba en
esto cuando crucé la puerta de la Facultad. Había allí un gran revuelo. O sea,
que sí, que habían salido las notas. Mi compañera me vio desde unos metros más
allá.
-¿Sabes ya si aprobaste? -me preguntó hecha un manojo de
nervios.
-No aún no he mirado. Pero si lo sabes tú, por favor, no me
lo cuentes.
-Tranquila, yo aún no he mirado tampoco. Vamos juntas.
Nos acercamos juntas al tablón. Cada segundo un compañero
leía su nota y dejaba su lugar a otro. Cada segundo estaba un paso más cerca de
aquellos folios blancos colgados del enorme tablón. Mi miopía me impedía ver la
lista desde donde estaba, pero el miedo al resultado me paralizaba los músculos
y me costaba acercarme. Lo hacía arrastrando los pies con gran esfuerzo.
Entonces, junté mis últimas fuerzas, di el último paso, miré y busqué. Seguí la
lista alfabética. Allí estaba mi nombre. Seguí la línea de puntos tras mi
segundo apellido...
Sentí que se me caía una lágrima, y también la mano de mi
amiga cogerme del brazo. No oí más. Salí hacia atrás. Marqué el número del
móvil de mi madre sin darme ni cuenta.
-¿Mamá?
-Hola, hija. Pensé que estabas arriba, en la cama. ¿Subiste
a Oviedo hoy en el bus?
-Sí mamá.
Entonces, silencio. Supe que ella se acababa de dar cuenta
de a qué había subido y de qué me pasaba.
-Hija, ¿estás bien?
-Sí mamá... es sólo... - me ahogué en llanto - es que
salieron las notas. Mamá... aprobé... Mamá...he acabado la carrera. Hoy...
Y entonces sentí que ella también lloraba.
Dedicado a la gente de La Fresneda. A la parada del bus y a los compañeros de espera.
..
Buf! Intenso y estremecedor! Creo que me voy a enganchar a tus letras. Gracias
ResponderEliminarNi me acordaba ya de este relato... La verdad que el momento en que uno termina la carrera es ciertamente estremecedor, se sienta cuando se sienta, se reviva por un relato o por un recuerdo. Todavía a veces sueño que me queda una!
EliminarMe ha gustado mucho Cristina, refleja muy bien ese vértigo, y ahora que?
ResponderEliminarA veces uno está tan enfrascado mirando un mapa por una ciudad desconocida que cuando levanta la vista, no sabe a dónde ha llegado, ni qué camino siguió para llegar a aquel punto. Uno pasa toda la vida estudiando, y un día de repente, tu vida se transforma porque tus estudios terminan. Toda la vida soñando con ese momento y entonces,... ¿qué? ¿Te pasó lo mismo a ti, Nancy?
EliminarGracias Nancy por tomarte tu tiempo para leerlo.